Dante Bobadilla
Candidatos tradicionales
Ningún aspirante a la presidencia ofrece propuestas realmente revolucionarias.
Todo indica que el próximo proceso electoral batiremos récord de candidatos. Una buena cantidad de anuncios permiten sospechar que la “fiesta democrática” será casi una fiesta semáforo de la democracia. Los candidatos apelan al mismo lugar común de condenar el pasado completo, como si nunca se hubiese hecho nada bueno y critican ¡cuándo no! a los “partidos y políticos tradicionales”. Todos quieren una nueva Constitución y tienen grandes planes, a veces tan amplios que parecen aspirar a un poder de 30 años.
El mensaje de estos candidatos suena falaz y hasta delirante. Se sustentan en una serie de mitos políticos populares. Para empezar en el Perú casi no existen “partidos tradicionales”. Los únicos calificados serían el Apra y el PPC. Acción Popular fue un frente de independientes formado por Belaunde luego de aparecer como outsider para enfrentar a un dictador tradicional, pero AP no tiene nada de tradicional porque hasta carece de ideología. Muerto su fundador hoy corretea como un pollo sin cabeza. El único que resulta tradicional por ahora es el Partido Comunista.
Desde el 90 lo que ha primado en política son los improvisados, los partidos cascarón, vientres de alquiler y combis electorales. En esta categoría caben la infinidad de partidos del fujimorismo y las agrupaciones que llevaron al poder a Toledo y Ollanta Humala. Así que paremos de hablar de “partidos tradicionales”. Por su parte, el político tradicional en el Perú ha devenido precisamente en el saltimbanqui que decide probar suerte en una lista y acaba en el Congreso, carece de cultura política y hasta de simple cultura, típico calentador de escaño que solo se hace notar por sus fechorías. No menos tradicional es el candidato presidencial que sale de la nada o de una asonada o, en el mejor de los casos, del entorno empresarial, sintiéndose ungido por el Señor y sustentado en su éxito y carisma, a veces empujado por algún desesperado partido en decadencia o un grupo mafioso que contrata un vientre de alquiler.
Lo que debería preocuparnos son las promesas tradicionales, como programas sociales y bienestar social sustentado en el gasto público. Ollanta Humala era un gran crítico de los políticos tradicionales pero solo tenía promesas tradicionales, al mejor estilo de un Ferrando de la política. Esos son los candidatos que sobran.
Aspiramos a candidatos originales que rompan esquemas. Estamos cansados de revolucionarios tradicionales que pretenden cambiar estructuras sociales para crear un nuevo hombre desde el Estado. Son payasos sin gracia. Un verdadero revolucionario tendría que poner en cuestión tesis tradicionales ya fracasadas como el Estado único agente rector de la economía. Anhelamos revolucionarios que promuevan la autonomía y libertad del individuo, defendiéndolo como el verdadero motor de la economía y del cambio, que se atreva a cuestionar mitos sagrados como el de los “derechos adquiridos”, generalmente gollerías malhabidas que impiden el progreso de todo un sector, como por ejemplo la educación; que no tema revisar dogmas de fe como el de los “derechos laborales” porque no pueden existir beneficios solventados por la empresa sin estar vinculados a la productividad del trabajador o incluso a la viabilidad de la empresa. Pero sobre todo, necesitamos candidatos conscientes de que administrarán un poder efímero, pasajero, limitado, y que sus actos serán juzgados. Por ahora no vemos esa clase de candidatos. Solo hay candidatos tradicionales.
Por: Dante Bobadilla
20 - Feb - 2015
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