Erick Flores
Aunque el robo se vista de seda, robo se queda
La mentira de la Responsabilidad Social Empresarial
La figura del empresario ha tenido muy mala prensa en toda la historia, al menos desde que el socialismo se convirtió en moda. Y gracias a un larguísimo proceso de desprestigio, muy bien diseñado por la izquierda, la gente hoy mira con recelo a uno de los personajes que —en forma silenciosa- más progreso y bienestar le ha traído a la humanidad.
Pero hoy el empresario ya no es perseguido a punta de bayoneta, ni se organizan revoluciones sangrientas para robarle su riqueza; hoy todo ha evolucionado y la justificación para robar también se ha sofisticado. Ahora basta inventarse un impuesto para quitarle al empresario, con la Constitución en la mano, el fruto de su trabajo. Ya no hablamos de plusvalía, hoy hablamos de «responsabilidad social empresarial».
Ese es el gran triunfo de la izquierda: han conseguido arropar la inmoralidad de su ideología, bajo un manto discursivo vacío de contenido pero que —en medio de una sociedad desprovista de una formación que le permita discernir sobre este asunto— termina por erigirse como el pensamiento predominante. Hoy nadie discute si un impuesto a la empresa está bien o está mal, solo se discute cuánto es que debería pagar la malvada empresa privada.
Salvo por algunos orates que se quedaron en siglos pasados, ya no escuchamos el eslogan: «socialismo... patria o muerte», hoy la mayoría dice: «redistribución de la riqueza», se habla bien de los Estados de bienestar, como si fueran una novedad, cuando no son más que un eufemismo bastante creativo que sirve que para que unos vivan sobre la espalda de otros.
Al empresario siempre le exigimos, sin mérito alguno —y como si no bastara que arriesgue su dinero en una inversión que tiene como objetivo satisfacer alguna necesidad en la sociedad— que se desprenda de parte de su riqueza para cumplir con su «deber» con la sociedad. Y claro, nada malo habría si la única acción fuera un reclamo con o sin sentido, y nada más; sin embargo, por regla vemos que se usa la maquinaria del Estado para obligar a las empresas a asumir cada vez más costos por el solo hecho de trabajar. Dicen estas personas que como las empresas están ganando dinero, es su «responsabilidad» darle algo a la sociedad.
Se trata, nada más y nada menos, de una sutil forma de apropiación inmoral de la propiedad ajena. Y si estas cosas se van haciendo cada vez más normales, nada nos diferencia de las sociedades primitivas. Sociedades donde la vida era un desastre porque todo era de todos. No podemos soslayar el hecho de que uno de los elementos gravitantes para que el hombre alcanzara cierto nivel de desarrollo y pueda dejar la caverna, en todos los sentidos posibles, fue la incorporación del derecho de propiedad dentro de la organización social.
En resumidas cuentas, las argucias que hoy justifican la violación permanente de la propiedad privada solo han cambiado de forma; en el fondo seguimos hablando de lo mismo. Y el peligro inminente está en que si seguimos castigando al empresario, lo único que vamos a conseguir es que traslade su dinero e inversión a un lugar donde sus bolsillos estén relativamente a salvo. Tengamos siempre en cuenta que la vida de hoy es posible sin políticos, podemos sobrevivir sin ellos; pero sin gente que ofrezca bienes y servicios en la sociedad, sin empresarios y emprendedores, la vida como la conocemos no sería posible. Y regresaríamos, sin lugar a dudas, a la caverna.
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