Jorge Varela
Articulación hegemónica en la Constituyente
Segunda parte: el discurso de la antidemocracia
Un vaho de creciente incertidumbre y un clima benigno de esperanza contenida son dos de las variables en torno a las cuales oscila, por ahora, el ánimo de los ciudadanos electores y de la clase dirigente chilena respecto del curso que adoptará la Convención Constituyente, que iniciará próximamente la tarea trascendental para la que fue convocada. No se trata –piensan algunos– de que el país se encuentre ante un clima amenazante de hostilidades totales, ni de acciones preparatorias grupales de naturaleza conflictiva, pero sí de la toma de posiciones por parte de los convencionales constituyentes que –inspirados en el jurista nazi Carl Schmitt– se habituaron a entender la praxis política como un enfrentamiento perpetuo entre amigos y enemigos, y a pensar que la hegemonía gramsciana distorsionada por Chantal Mouffe y Ernesto Laclau es la única gran estrategia a seguir para conquistar el poder. Es la concepción del antagonismo domesticado denominado con suavidad ‘agonismo’.
Visión de algunos articuladores del proceso constituyente
Según la visión optimista del influyente abogado constitucionalista chileno Fernando Atria, quien fuera ungido como integrante independiente de la lista de izquierda Apruebo Dignidad (conformada por el Partido Comunista, Frente Amplio y otros), las condiciones para que se produzca la articulación (al interior de la Constituyente) está en mejores condiciones de la que muchos analistas han anticipado, “aunque no se puede predecir cómo se va a producir”. “Aquí hay un proceso largo, y es poco probable que los partidos políticos tradicionales tengan capacidad de reunir, detrás de sí, la voluntad del pueblo chileno” (declaraciones a radio Bío-Bío, 22 de mayo de 2021).
Atria aparece hasta este momento mucho más discreto y menos impetuoso que otros constituyentes de su mismo sector, algunos de los cuales no se sabe si por ignorancia, mala fe o perversidad, han emitido juicios desequilibrados y deplorables, claramente antidemocráticos. Por ejemplo, uno perteneciente a su lista ha dicho: “Los grandes acuerdos los vamos a poner nosotros, que quede claro. Los demás tendrán que sumarse. “Los que ganamos representamos a la gente y si quieren unirse a discutir, ningún problema. Ustedes (refiriéndose a los demás) no pueden imponer nada, porque perdieron. Así de simple”. ¡Flor de demócrata!, este señor (Daniel Stingo, debate en Televisión Nacional, 23 de mayo de 2021).
Otra constituyente, electa por la Lista del Pueblo, ha declarado: “Pueden decir que se viene ‘Chilezuela’. Pero Venezuela es lo mismo que Chile, es un país capitalista. La verdad es que en Venezuela no hay ningún socialismo. Nos vamos presentar a trabajar en la nueva Constitución, nosotros no les vamos a hacer las cosas fáciles” (María Rivera, declaraciones a El Mercurio, 20 de mayo de 2021).
La gravedad de las afirmaciones arriba insertas estriba en el hecho de que han sido proferidas por convencionales que además tienen la condición profesional de ser abogados. Es decir, no se trata de inexpertos primitivos desprovistos de conocimiento jurídico. ¿Son estos los integrantes de una nueva élite radicalizada que pretende reemplazar a la clase política moribunda de derecha y de izquierda tradicional, que aletea en medio de estertores y diatribas?
La compleja y difícil coexistencia
La articulación hegemónica a la que se ha hecho referencia y que se expresa en diversas exposiciones de integrantes de la Convención, (como las ya comentadas), supone un método discursivo. Supone un discurso político que no es sino una variante del ‘discurso del amo’. Para Laclau la hegemonía es la consecuencia de prácticas discursivas antagónicas, en las que el representante –el constituyente en este caso– tiene las fórmulas, las soluciones; es ‘el amo antineoliberal’ que dice amar a todos –(“mis queridos trabajadores”, “mi chusma adorada”, “mis nietitos”)–, proyectándose como tal y ofreciendo resolver los problemas de éstos con ‘infinita pasión’. En este aspecto, el discurso del nuevo amo es precisamente el discurso de la hegemonía, el discurso de ‘izquierda laclausiana’, el de la democracia radical, el discurso del déspota que ama el poder para sí y los suyos y no le interesan las consecuencias de sus convicciones y ambiciones totalitarias disfrazadas de falsa redención popular.
Varios comentaristas sostienen que en Chile coexisten dos países: uno comprometido –movilizado, enrabiado– y otro impermeable que pareciera haber perdido conciencia lúcida de la desigualdad, arbitrariedades y demandas. La idea de un país idílico-homogéneo ha quedado postergada en tanto no se dilucide la serie de cuestiones pendientes que se acumularon durante décadas y que es necesario solucionar pacíficamente con más democracia, sin hegemonías.
Para volver a vivir cómo hermanos que se quieren –más acá de sus distancias, disputas y reyertas– la cacareada “casa de todos” (la nueva Constitución) deberá construirse entre todos y con todos –porque ningún sector puede atribuirse la representación definitiva y absoluta– o, de lo contrario, será una vivienda solo para hegemónicos, –exclusiva y excluyente–, reflejo de un proceso mezquino, espurio y odioso.
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