Cecilia Bákula
Al maestro, con cariño
En memoria de José Agustín de la Puente Candamo (1922-2020)
El 5 de febrero último falleció el doctor don José Agustín de la Puente Candamo, Entrañable historiador, humanista y excelente persona, de fé y convicciones, cuya vida (1922-2020) está íntimamente ligada al análisis, estudio, reflexión y amor profundo al Perú. “Tíntín” lO llamaban sus íntimos y nosotros, los alumnos (grande privilegio el haber sido su alumna) solo decíamos ese apodo casi en secreto, pues la cercanía nunca rompió los límites del respeto que le teníamos ni las formas de exquisita educación que él derrochaba. Algo que lo llevaba, cuando uno ya tenía algunos años, a recibir el apelativo paternal de “niña”. Y creo que era porque habían sido tantos y tantos su alumnos que parecía más fácil usar ese cálido apelativo que recordar el nombre de todas las generaciones que se deleitaron con sus clases y aprendimos a pensar en el sueño fundacional del Perú. Y a entender, con su mirada y desde su perspectiva, los años aurorales de nuestra vida independiente.
En algunos corrillos se le conocía, con cariño, como “Don Eufemio”, porque su capacidad conciliadora, su voluntad de concertar y de no emitir juicios de valor que pudieran resultar o parecer despectivos, lo llevaba, muchas veces, a utilizar eufemismos para explicar una conducta o una situación. Y si ese apodo le fue puesto por su amigo Félix Denegri, no dudo que la chispa de éste, captó de inmediato la calidad de aquel. Imaginamos que las tertulias entre “Tintín”, Félix y Guillermo Lohmann debieron ser de gran calidad y profundidad; aderezadas por la fina ironía de Lohmann, el rápido ingenio criollo de Félix y la mesura de nuestro personaje.
Si bien todas las generaciones de alumnos han de tener a algunos profesores en una estima personal muy especial, es lógico que uno considere que la propia fue la mejor época. Yo digo, sin temor alguno, que la mía, la de muchos de mis contemporáneos, fue una época esplendorosa en la Pontificia Universidad Católica del Perú, en donde no solo fuimos instruidos, sino también formados en valores académicos, humanos y sociales, en el pensamiento y la crítica, en el análisis y la búsqueda.
Haber tenido como profesores a personas de la talla de Onorio Ferrero, Franklin Pease, Luis Jaime Cisneros, José Antonio Del Busto y José Agustín de la Puente, significa un privilegio extraordinario. Y para quienes nos hemos animado a dejarnos seducir por las humanidades y la historia, su testimonio y enseñanza sigue siendo luz en el camino.
Del doctor De la Puente aprendimos a amar el Perú en la concepción clara de ser como España, pero diferentes a España; ser como los incas, pero distintos a ellos. Él se empeñaba en que asumiéramos por nosotros mismos ese compromiso grande de conocer el origen y la razón de ser del proceso emancipador, de entender el valor personal y de circunstancia de los precursores, de identificar y asumir en profundidad lo que él había referido como las causas de la Independencia. La importancia de analizar los hechos como parte de un proceso y de una vivencia, que en su caso, era fruto de su pasión por el tema de la historia y por su capacidad para aferrarse a esa necesidad docente de compartir no solo datos sino también emociones, sentimientos y sueños.
Me ha impresionado recordar que inició su carrera docente en la Pontificia Universidad Católica del Perú en 1947, y que desde ese momento hasta 2005, cuando debió retirarse por razones de salud, no dejó ni de dictar clases, ni de investigar, ni de motivar a los alumnos a penetrar en el universo de los archivos, la correspondencia, los periódicos y en general, en las fuentes más certeras y confiables para poder identificar los hechos, concatenarlos y así comprender los largos procesos de nuestra historia.
Gran parte de su conocimiento, como producto de la investigación, ha quedado en una extraordinaria producción bibliográfica; es de tal magnitud que reseñarla supera los límites de esta nota. No obstante, no puedo dejar de mencionar aquellos títulos que motivaron mi especial interés. Recuerdo, por ejemplo La Emancipación del Perú en sus textos, el notable La causa de la Emancipación del Perú y las Notas sobre la causa de la Independencia del Perú, La Independencia del Perú y San Martín y el Perú: planteamiento doctrinario, entre muchos otros títulos, artículos y reseñas.
Esos trabajos lo convierten, sin duda, en una persona que estudió y conoció el Perú de una manera muy profunda, personal y amorosa y que, al haber vivido en el seno de una familia muy afincada en estas tierras, debió recibir y beber de muchas fuentes personales esa voluntad por conocer lo propio para amarlo como consecuencia. Sin duda, su vida fue de gran valor y sentido, y el haber vivido prácticamente la mitad de toda nuestra historia republicana, lo convirtió en testigo, estudioso, conocedor y enamorado de su país.
A quienes lo conocimos, nos queda ese agradecido privilegio en el corazón. Y a los más jóvenes, la urgente tarea de leerlo, conocerlo y emularlo.
Descanse usted en paz, querido Tintín, gran persona, gran maestro.
COMENTARIOS