Hugo Neira
Ajedrez y política. La ministra Martens
Sacarla del Minedu sería caer en un gambito
Bajo el hilado de mis crónicas, está el ajedrez. De muchacho, cuando escolar, lo practicaba apasionadamente. Cogía mi bicicleta e iba adonde vivían mis compañeros de clase del Melitón Carvajal, y en la mochila, tablero y piezas. Al entrar a San Marcos seguía jugando y fui, en un momento, parte del equipo que competía en olimpiadas para universitarios. Pero me había vuelto obrero en una fábrica textil para ganarme la vida, acudía a mis cursos y, como si fuera poco, cumplía con el PC, barriadas por alfabetizar, sindicalismo. Un día de esos, desciende a mi célula (donde estaba Fernando Fuenzalida) nada menos que el secretario de la Departamental. Algo así como si descendiera un arzobispo para dar lecciones a un seminarista del Toribio Mogrovejo. Y entonces me dice: “Hugo, eres un buen alumno y un buen jugador de ajedrez. Pero tienes que elegir. Los estudios o el tablero”. En esos años, maestro de ajedrez era una carrera. Tomé una decisión. Adiós al tablero y a mi biblioteca sobre el juego-ciencia.
Nunca más. Pero las aperturas me quedaron en el alma. La Defensa Siciliana cuando blancas y negras sacan sus caballos. La Apertura Peón Dama. La India de Rey y sus variantes. Como los filósofos y los grandes músicos, el ajedrez tiene clásicos y famosos. Fisher americano, el ruso Alekhine, el vencedor de otra leyenda, el cubano Capablanca. Y otros rusos, Karpov, Kasparov, que arrasaban a otros maestros entre 1948 y 1963.
Ahora bien, cuando se estudia la política como un agon —como combate, según lo asumían los antiguos griegos— y particularmente en el caso peruano, no veo solo un tablero sino varios. Campos de fuerza interconectados. Distribuidos de arriba a abajo. De modo que si se avanza o se sacrifica una pieza en un nivel, la movida repercute en otros campos de fuerza. Así, en nuestra heterogeneidad, una geología de estratos sociales y económicos sobrepuestos. Algunos visibles –en la política– y otros tras conjuras y estrategias semiclandestinas.
En esta mañana de setiembre veo una pieza clave, la ministra Marilú Martens, en el primer tablero, campo de duelos entre la oposición de la bancada naranja y un presidente que no quiere cambiar a su premier. Dicen que censurarla sería “presionar para cambios ministeriales, puesto que el gabinete se le considera fracasado”. Es la hipótesis del diario Correo (9.9.17). Hay algo de cierto, ¿pero qué pasa si ni por esas PPK cede? ¡Considera que Zavala es su torre! Y pensar que hay una fila de posibles candidatos al cargo de premier. En el desorden, Lourdes Flores, Vitocho (que tiene mundo), Flores-Aráoz, Jorge del Castillo (que de repente tiene ganas), incluso otros, Villanueva —que se puso fuerte con Nadine cuando ella era una suerte de zarina Catalina de Rusia—, y pienso en Huaroc, desperdiciado hombre político. Entre tantos otros.
¿Qué pasaría en los otros niveles si descalifican a la ministra Martens, que ha quebrado una huelga gigantesca solo con descontar los sueldos? Mi criterio es que no se sanciona a un general que gana una batalla. Pero es probable que los parlamentarios naranja vayan a coincidir en el segundo plano con sus mayores rivales. ¿Con la izquierda del Frente Amplio, profundamente antifujimorista? ¿Y con Pedro Castillo? ¿O sea, coincidir con un Movadef que se ha quedado en los años noventa?
Hay un tercer campo de fuerzas. El del rumor, un terreno en que sale perdiendo Keiko Fujimori. La temible “china” que “quiere la vacancia para PPK”, la mala de la película. La “obstruccionista”. Los medios se han inventado su chivo expiatorio. Un pensador que no conoceremos nunca porque ni es norteamericano ni marxista, René Girard, sostiene que toda sociedad inventa un rival para sacrificarlo. Hitler, los judíos. Nosotros siempre hemos tenido alguien para odiar y culpabilizar. Perdimos el siglo XX despotricando contra Haya de la Torre. Hoy nos disponemos a no recibir a ningún grupo político que no salga en las páginas sociales de El Comercio. Y pensar que politólogos americanos como Robert Dahl proponen el concepto de poliarquía para describir las sociedades modernas, con grupos de intereses y estatus diferentes llegando a un bargaining o mercadeo entre líderes distintos. En otras palabras, aceptar la pluralidad. Para eso no somos todavía modernos.
“Tomar la Dama”, es decir, sacar del Minedu a la ministra Martens, para las bancadas es caer en un gambito (en lenguaje del ajedrez, una trampa). Cuarto nivel o tablero. ¿Como vencedor, Pedro Castillo? ¡Inconcebible! Una información del diario Perú21 (10.9.17) señala que «la desconfianza de los docentes es enorme ante el SUTEP, un 78%». Es hora, pues, de unas elecciones internas de los docentes. Es el más vasto movimiento social de estas horas.
Hay un quinto campo de correlaciones de fuerza. Desde una capa social descuidada por los partidos, se llega a una celebridad política. Eso no es nuevo. Hugo Blanco se hizo famoso con las invasiones campesinas. Y Evo Morales con los sindicatos cocaleros. Pedro Castillo ha actuado del mismo modo. Pero el tema de la Educación, su trampolín a la fama, lo supera. La pregunta es: ¿el que dirija la educación y la escuela para los hijos de los más pobres, va a ser Abimael Guzmán?
Hugo Neira