J. Eduardo Ponce Vivanco
A un paso de la incertidumbre
Trump ya inició la ofensiva contra los TLC
Estamos a dos semanas de los efectos sísmicos que provocarán las decisiones del nuevo gobierno de la primera potencia mundial, desatando una oleada de reacciones en los ámbitos de la seguridad, la economía y el comercio internacional. Desde el 20 de enero los Estados Unidos serán gobernados por un personaje hiperbólico, arrogante e impredecible que presidirá un gabinete formado por billonarios con ideas afines, pero que podrían tener una formación mayor que la de Donald Trump, experto en el negocio inmobiliario, hotelería, campos de golf, casinos y sus celebrados reality shows en la TV. Los problemas norteamericanos y del mundo serán encarados con visiones simples para resolver las situaciones complejas “que políticos y académicos complican aún más”. Nula experiencia de gobierno, mayoría en el Congreso, profundo desprecio por la tecno-burocracia profesional, intención de arrasar con las barreras que limiten el poder, identificación clara de los enemigos internos y externos, e indiferencia frente a la ética pública o la reacción internacional que suscite la violación de acuerdos pactados con otros estados u organismos intergubernamentales (incluyendo la OMC y el FMI). Nadie esperaba que el país líder de la globalización comande un movimiento nacionalista contra el liberalismo.
Superando los anuncios electorales, y antes de asumir el cargo, Trump ya comenzó con acciones tan concretas como las amenazas a Ford y General Motors para que abandonen fuertes inversiones en México, con grave perjuicio para su vecino latinoamericano. Es una muestra hostil de la revisión del NAFTA que Washington impondrá en sus propios términos, como un “tómalo o déjalo”. Así como desbarató de un plumazo el Acuerdo Trans-Pacífico (TPP) que llevó tantos años negociar, hará lo propio con avances en el comercio internacional aparentemente irreversibles; como la minimización de las tarifas arancelarias que, se anticipa, serían elevadas en 5% a través de una orden del Ejecutivo, cuya procedencia legal ya es objeto de controversia interna.
Estas medidas indican que la voceada imposición de un arancel del 45% a las importaciones de China fue más que una bravata del candidato republicano. Vendría de la mano con fuertes presiones a empresas norteamericanas (Apple, por ejemplo) que producen en la potencia asiática para que —como Ford y GM— lleven sus inversiones de vuelta a los EE.UU. y generen los empleos ofrecidos. No les importará castigar la competitividad empresarial ni la futura estabilidad de los empleos.
Cualquier acción unilateral en perjuicio de Pekín provocaría represalias equivalentes e instalaría una dinámica de tensiones comerciales con graves repercusiones políticas, económicas y estratégicas que trascenderían el ámbito bilateral. Trump ha sido irresponsablemente provocador al tomar contacto con la presidenta de Taiwán, insinuando que podría desconocer el entendimiento diplomático con China que, desde Nixon, ningún gobierno norteamericano ha tocado. Estos precipitados tanteos son alertas rojas para la comunidad internacional y el proceso de globalización que, irónicamente, Washington ha comandado hasta ahora.
El proteccionismo nacionalista del país que ha liderado la apertura entre los países del Asia-Pacífico impactaría duramente a la APEC y a sus importantes perspectivas, fortalecidas en la reciente Cumbre presidencial de Lima. América Latina debe reaccionar en concierto con China —el primer o segundo socio comercial de las naciones más importantes de la región— para diseñar acuerdos y políticas que compensen la defección de Washington, como resultado del experimento plutocrático y aislacionista por el que ha votado el electorado norteamericano.
Latinoamérica está al margen de los grandes conflictos geopolíticos que serán reavivados por los cambios que se avecinan en las políticas de la primera potencia. Tampoco ha sido afectada por el terrorismo islámico ni por las grandes invasiones migratorias que asolan Europa. Y a contrapelo de las tendencias populistas en boga, la democracia, el libre mercado y la apertura están consolidando su ascenso progresivo en la región.
Es hora pues de que la diplomacia económica y comercial ponga en valor estas ventajas. Grupos cohesionados por la democracia y la política económica, como la Alianza del Pacífico, deberían iniciar consultas con otros gobiernos latinoamericanos que tengan políticas confluyentes. Sería un buen comienzo, antes de concertar con China, las potencias asiáticas y otras que se sumen a un movimiento capaz de contrarrestar los peligros que tiñen el horizonte, y convertirlos en oportunidades de crecimiento y desarrollo.
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