Martin Santivañez
La herencia del lulismo
El PT perdió una oportunidad de oro para convertir a Brasil en potencia global
Ese extraordinario diplomático, político y estadista que fue José María da Silva Paranhos, el Barón de Rio Branco, dijo alguna vez que Brasil estaba “condenado a ser grande”. La mentalidad imperial de Rio Branco ha prevalecido a lo largo de la historia brasileña plasmándose en una serie de movimientos expansivos que en un inicio consolidaron las fronteras del gigante sudamericano para luego centrarse en la penetración comercial y cultural. Brasil es un eje importante de Sudamérica, pero a estas alturas de la historia latina, comete un error, y grave, el que considera que solo ellos son capaces de inspirar y construir una especie de sonderweg regional.
De hecho, por momentos, Brasil se ha desempeñado como una especie de ejemplo para la región, pero esta primogenitura no se ha traducido en un liderazgo político efectivo y unificador. Ciertamente, si Brasil gira a la izquierda o a la derecha, el continente observa con detenimiento, más aún si este giro va a acompañado de dinero y recursos para los partidos de la misma ideología. Pero de allí a un imperialismo efectivo, de ese punto a considerar que Brasil lidera un bloque compacto, hay un trecho enorme. En el plano real, su influencia, aunque más patente en un mundo multipolar, es menor a la que un país de su rango tendría que tener en una región como la sudamericana. Brasil, tenía razón Río Branco, está condenado a ser grande, pero su liderazgo en la actualidad se encuentra mediatizado por la ideología del partido en el poder.
Porque, valgan verdades, el Partido dos Trabalhadores (PT) ha sido incapaz de consolidar el liderazgo de Brasil aprovechando el espectacular momento geoeconómico del gigante sudamericano. Incluso si revalida la presidencia, la herencia del PT nos deja un sinsabor, una especie de esperanza frustrada, porque el momento que heredó Lula difícilmente volverá a repetirse. Ciertamente, el lulismo tomó el camino fácil de la subvención indiscriminada, el espejismo de la riqueza inacabable, y si la historia está plagada de ejemplos, es extensa, sobretodo, en desmontar estas orgías de despilfarro económico que sirven de marco al festín de Baltazar. El lulismo ha perdido una oportunidad de oro para convertir a Brasil en una potencia global, malinterpretando la solidaridad y desvirtuando el principio de subsidiariedad. El Estado patrimonial, que no es otra cosa que el viejo ogro filantrópico del que nos previno Octavio Paz, genera un entorno de corrupción sistémica. El sistema lulista es opaco por definición. De allí el triste papelón de la organización del mundial, un evento en el que el soft power brasileño, cuidadosamente construido durante veinte años, fue pulverizado en treinta días.
La seriedad profesional es extraña al entorno político latino. La moneda común es el voluntarismo, la fiebre pasajera, la ensoñación política que se acaba en un cruel despertar. Brasil ha perdido una oportunidad de oro y la política lulista es, sin duda, responsable de esta herencia en la que el liderazgo brasileño continúa siendo esa quimera esquiva que, en el trópico, es casi imposible de alcanzar.
Por Martín Santiváñez Vivanco
24 - 0ct - 2014
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