En el terrible espejo de Colombia

Comparaciones entre Sendero y las FARC

El triunfo del “No” al acuerdo de paz entre el gobierno de Juan Manuel Santos y las FARC ha desatado un intenso debate en la región y, de una u otra manera, debería ser motivo de profunda reflexión entre los peruanos para seguir enjuiciando nuestra historia reciente. Y es que si mencionamos todos los hechos en el debate es absolutamente difícil entender cómo al Perú le tomó una década derrotar a Sendero Luminoso y cómo a Colombia le demanda más de 50 años lidiar con las FARC, algo que podía prolongarse luego del “No” de la mayoría de colombianos.

Comparar ambos fenómenos y explicarlos es tan complicado que el ex presidente colombiano César Gaviria ha señalado —en una entrevista en RPP— que el éxito nacional contra Sendero Luminoso se debía a que “la guerrilla senderista había sido urbana”. Gaviria estaba desinformado o solo se guiaba por las imágenes de la captura de Guzmán en la capital. ¿Cómo entender entonces el éxito y el fracaso en estas dos experiencias?

Tanto Sendero Luminoso como las FARC llegaron a controlar aproximadamente un tercio de las áreas rurales de sus respectivos territorios, y combinaron sus estrategias “del campo a la ciudad” con terrorismo urbano despiadado. Ambos movimientos terroristas se financiaron con el narcotráfico (el Perú llegó a ser primer productor mundial de hoja de coca), aunque quizá la diferencia principal entre los dos grupos radicaba en que las FARC alcanzaron un mayor poder de fuego, con tecnología y equipamiento moderno.

En el Perú, el terrorismo senderista fue triturado en el campo por una de las movilizaciones campesinas más impresionantes de nuestra historia, que el Informe Final de la Comisión de la Verdad, los relatos oficiales y la historiografía de izquierda se niegan a reconocer. Allí radica la principal diferencia con la experiencia colombiana, en el contenido popular y masivo de la estrategia antisubversiva desarrollada contra el terror senderista.

En pocos años el movimiento terrorista se replegó del campo a la ciudad, o quizá valga señalar que huyó a la capital. Y, como todos sabemos, todos los terrorismos urbanos se vuelven vulnerables ante la acción policial en las ciudades, porque ya no existe la floresta ni la hondonada del área rural que protege al subversivo.

Es, pues, esta impresionante movilización campesina la que le evitó al Perú la tragedia que hoy padece Colombia. Una tragedia en la que el Estado colombiano, prácticamente, se puso de igual a igual con las FARC para firmar el acuerdo de paz hoy rechazado por la mayoría de colombianos.

El espejo colombiano es entonces la imagen que debemos contemplar para comprender los enormes activos que tiene el Perú, y que son escamoteados por los relatos oficiales que solo pretenden presentar a víctimas y sufridos campesinos en donde hubo héroes y épicas que merecen ser contadas. La izquierda armó el relato para desarrollar sus estrategias de financiamiento internacional (las ONG) antes que el reconocimiento de los héroes campesinos. ¿No hay mucho de clasismo y paternalismo?

En todo caso los peruanos de buena voluntad deberían impulsar y desarrollar relatos alternativos —no solo en el Perú, sino en el mundo— a propósito del empantanamiento en Colombia. Y pensar que se habla de “violación sistemática de DD. HH.” para referirse a la estrategia que evitó que en el Perú surgiera una FARC varias veces más agresiva ideológicamente.

Víctor Andrés Ponce