LA COLUMNA DEL DIRECTOR >
Elecciones, capitalismo y anticapitalismo
La gran encrucijada de la segunda vuelta
Desde que en los noventa se acabó con el proteccionismo y el Estado empresario, se desreguló la economía y se liberalizaron los mercados, el Perú ingresó a una etapa capitalista sin precedentes en su historia. De alguna manera los treinta millones de peruanos accedieron a la propiedad, el crecimiento redujo la pobreza como nunca en la historia, y surgió una nueva y poderosa clase media.
En cualquier libro de historia o de economía siempre encontraremos la referencia teórica que nos indica que el capitalismo siempre engendra el anticapitalismo. ¿Por qué? Por la sencilla razón de que el capitalismo dispara la diferencia social a nivel nacional, de las regiones e incluso de los propios vecindarios. Surgen ricos y no ricos (no pobres) en todos lados, y las propuestas anticapitalistas utilizan esas diferencias sociales para atacar a las bases del capitalismo. En el siglo XX, el bolchevismo, el nazismo, los populismos latinoamericanos, los proyectos bolivarianos y la insurgencia de la teocracia islámica fueron expresiones anticapitalistas.
El anticapitalismo generalmente triunfa cuando el capitalismo y la Revolución Industrial (producción en gran escala) se disparan sin un Estado nacional que otorgue las mismas oportunidades a todos. Algo de eso sucede en el Perú. No hay un Estado nacional, se disparan las diferencias sociales y la izquierda lidera la propuesta anticapitalista, propugnando el regreso del proteccionismo y del Estado empresario. En las elecciones del 2006, 2011, y el 2016, de alguna manera, la tensión entre capitalismo y anticapitalismo estuvo presente.
Algunos creen que el hecho de que el fujimorismo y el pepekausismo, dos propuestas promercado, hayan ingresado a la segunda vuelta salva al Perú de esa inevitable contradicción histórica. Se equivocan. El capitalismo peruano no continúa por un sistema predecible de partidos ni por la hegemonía cultural e ideológica a favor de la libertad económica. El azar y las pujantes sociedades emergentes, en cierta medida, explican que no nos hayamos desbarrancado en el anticapitalismo como Venezuela, por ejemplo.
Si el próximo lustro no construimos un Estado nacional en democracia lo más probable es que llegue la hora de una propuesta anticapitalista, cualquiera sea la envoltura: la izquierda o un aparecido del populismo nacionalista. De allí la trascendencia de que los dos candidatos del balotaje entiendan que el piloto automático no puede continuar más, que las buenas cifras macroeconómicas sin Estado nacional no nos permitirán seguir creciendo a tasas altas para reducir pobreza ni preservar la democracia y el mercado.
El problema del Perú —a diferencia de Europa, Occidente y otros países latinoamericanos— es que la izquierda ha decidido representar al anticapitalismo. En los noventa el fujimorato demolió el estado anticapitalista con autoritarismo y desarrolló la primera generación de reformas que explican la prosperidad de los últimos 25 años, sobre la derrota política de la izquierda (una de las más poderosas de la región en ese entonces).
Ahora acabar con el piloto automático significa implementar las reformas de segunda generación (reforma laboral, por ejemplo), pero en quince años de democracia la izquierda se ha reorganizado y ha conquistado los sentidos comunes de la política y la economía (sin tener fuerza electoral), por la renuncia de los sectores liberales a la guerra ideológica. De alguna manera avanzar acabando con el piloto automático significa implementar estas reformas que deben hacerse en tensión con la izquierda, pero en plena democracia. Si lo hacemos estaremos en la ruta del desarrollo.
Víctor Andrés Ponce
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